BARRERAS DEL LENGUAJE

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La primera barrera entre nosotros con las cosas es nuestra forma particular de nombrar. Un niño que todavía no balbucea palabras tiende a tocar las cosas como queriendo asirlas directamente y sin intermediarios; ésta aventura significa quebraduras de adornos que causan desagrados y malestar en algunos padres. No obstante, al pasar un tiempo el niño amplía de tal manera su vocabulario que aprende a aproximarse a las cosas con un lenguaje cada vez más específico, sofisticado y abstracto. Sin embargo, y aún manejando un registro de palabras riquísimo, no podemos pretender que la cosa significada sea la palabra o la metáfora que lo figura. Por ejemplo, decir «cielo» no significa que esa palabra sea «el cielo». Las palabras nos sirven simplemente para comunicarnos, para referir y para suponer que la cosa nombrada es lo que cada cual dice que es.

La segunda barrera es la diversa forma que tenemos de nombrar y significar: cada cultura expresa a través del lenguaje su forma particular y distinta de aproximarse a las cosas, puede incluso que una misma palabra tenga un significado con matices distintos en lugares o sectores socio-económicos que comparten el mismo idioma. Este hecho se debe principalmente a la interacción entre los hechos vividos con las palabras que finalmente los expresan.

La funcionalidad del lenguaje pierde su función comunicativa cuando no es coherente con el contexto. Por ejemplo, un profesor alemán haciendo clases en alemán a estudiantes rusos que no entienden el alemán. Si bien el profesor pude ser un maestro destacado, la disociación lingüística en el habla o en la escritura vacía el significado intrínseco del mensaje tornándolo un simple sonido que pierde toda su intención comunicativa.

Si bien las ciencias nos han explicado los fenómenos con un lenguaje cada vez más universal y científico, a contrapelo se nos presentan interpretaciones diversas y hasta contradictorias que terminan desdibujando la verdad como posibilidad inequívoca.

La interpretación, o forma de entender la realidad, también ha degenerado en patologías socio-culturales. Especialmente cuando se alimentan discursos que niegan a los otros como legítimos otros o cuando las diferencias con el prójimo se tiñen de adjetivos negativos y hasta peligrosos.

Así, por diversas razones, los seres humanos nos vamos diferenciando y disociando en el lenguaje. En primer lugar frente a las cosas y en segundo lugar con los seres humanos. Sólo que olvidamos una cosa:

«… palabras, palabras… un poco de aire movido por los labios, palabras para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar» (Jorge Teillier, poema “Despedida”).

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